Soledad

Soledad. Cariñosa compañera, pérfida amante y cruel enemiga que nos acompañas siempre, a veces de forma ostentosa, otras de manera discreta y otras, las peores, como un aguijón doloroso.

A veces te tenemos y te disfrutamos. Otras parece que no estás porque te ignoramos. Otras eres una presencia que ahoga, que duele.

Como dice la canción «ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio». Porque a ratos te buscamos con ansias, te necesitamos de nuestro lado, nos aferramos a ti, como el náufrago a su tabla de salvación.

Lo difícil es convivir contigo cuando te impones, cuando te agarras a nuestro ser de tal manera, que no importa cuánta gente haya alrededor, sólo existes tú y fuera de ti, la oscuridad, el silencio, la nada.

Soledad. Cariñosa compañera, pérfida amante, cruel enemiga.

La Cartuja de Miraflores

La Cartuja de Miraflores es un edificio de estilo gótico, de finales del siglo XV, que se construyó sobre los restos de un palacio de caza, siguiendo los planos y dirección de Juan de Colonia y su hijo Simón. Si bien fue don Juan II de Castilla y León quien la fundó, la obra se debe, casi en exclusiva a su hija, Isabel la Católica.

Tras pasar la galería de entrada, nos encontramos la portada principal. En el tímpano se encuentra una imagen de la «Compasión» o Piedad (la virgen con su hijo muerto en brazos). A los lados del arco, que cobija arquivoltas decoradas, figuran las armas reales de Castilla y León.

El atrio sorprende por su bóveda de crucería

y por una pequeña imagen de la virgen iluminada, en una estancia cuyo único mobiliario es un arcón.

La siguiente estancia, la estancia de los fieles, nos recibe con una magnífica reja, que separa este espacio del siguiente, y permite empezar a vislumbrar parte del magnífico retablo del altar, al que llegaremos luego.

Tras la reja se encuentra el coro de los hermanos y dos pequeños altares laterales, que enmarcan la puerta con la inscripción latina «FELIX COELI PORTA» (FELIZ PUERTA DEL CIELO), y en cuya parte superior se encuentra una talla de la Inmaculada, obra de Bernardo de Elcarreta.


La puerta da acceso al coro de los Padres, el coro propiamente dicho. En el centro se encuentra el facistol, que sirve para sostener los libros utilizados en la misa y, sobre todo, en los oficios litúrgicos (ej. el maitines que se canta a media noche).

Al fondo, en el presbiterio, se encuentra un magnífico retablo gótico de mediados del siglo XV, obra de Gil de Siloé. Y, delante del mismo, el panteón real, obra del mismo autor, en el que yacen los cuerpos de Juan II e Isabel de Portugal, padres de Isabel la Católica.

Pero la Cartuja esconde otros secretos, como un lienzo de Berruguete que muestra la Anunciación a la Virgen.

Una capilla policromada,

Libros de cantos o lectura, pequeñas tallas

Custodias, ricamente adornadas

O, lo que para mi fue la gran sorpresa, un cuadro que Sorolla pintó tras visitar la Cartuja y que está muy alejado de la luz y colorido de las playas levantinas a las que el pintor nos tiene acostumbrados.

Para mi, fue un gran descubrimiento. Y, ya sea por razones religiosas, históricas o artísticas, es una visita obligada a escasos kilómetros de la ciudad de Burgos

Granada

Granada, la ciudad cuyo solo nombre nos transporta a un tiempo de sultanes y princesas, de aromas y hamanes. La Granada de Boabdil, con su Alhambra y su Generalife, con sus olorosos jardines y cármenes, que inevitablemente hacen volar nuestra imaginación a un pasado que, por tangible, no nos parece tan lejano.

Lugares de recogimiento, de disfrute, donde ni el agua se escuchaba para no molestar a sus habitantes y cuya belleza imponía a quienes cruzaban sus puertas, como invitados o enviados de otras tierras.

Pero Granada tiene otra cara, la de las estrechas y empedradas callejuelas del Albayzín, con sus balcones engalanados de flores que, incluso en la soledad de los paseos nocturnos, alegran la vista al visitante.

Y Granada también es tradición. La tradición y el arte de los gitanos del Sacromonte, que cada noche exhiben en sus cuevas o zambras. Aunque su espectáculo esté destinado al turista o, aunque a uno no le guste especialmente el flamenco, no acudir al menos una vez es dejar sin conocer una parte importante del espíritu de la ciudad.

En sólo unos días, la ciudad te roba el corazón y al irte sabes que algún día, más pronto que tarde, volverás ara recorrer de nuevo sus calles o sumergirte en las aguas de algún hamán, o para saludar a pequeños «amigos» que dejaste en el Parque de las Ciencias.


Consuegra

Cuando pensamos en Castilla-La Mancha, a la mente nos vienen imágenes de grandes llanuras y extensiones de campos de cultivo, en los que el verde y los cerros, especialmente para quienes somos del norte, son una anécdota.

Así son los alrededores de este pequeño pueblo de casitas bajas y tonos tierra, donde la Iglesia rompe la equidad de alturas.

Pero Consuegra guarda un secreto, o más bien lo muestra descarada y desafiante. Desde el Cerro Calderico, el viejo castillo medieval, observa a consaburenses y visitantes, erguido e impasible al paso del tiempo, desde el Califato de Córdoba a la actualidad, atesorando entre sus muros hisotrias pasadas y presentes que jamás desvelará.

Y, en esa ubicación privilegiada, comparte espacio, interés y vistas con los molinos, con aquellos «gigantes» a los que el Hidalgo Caballero Don Alonso Quijano hacía frente en El Quijote, ante el estupor de su fiel Sancho.

Aunque de construcción reciente (datan en su mayoría del s. XIX), nos trasladan a otro tiempo, que no lugar, y, pese a saber que no estará, buscamos entre ellos a aquel hombre delgaducho y largo, enfundado en su armadura, subido a su caballo y acompañado del simpático y regordete escudero, a lomos de su burro.

En definitiva, Consuegra es un mágico lugar en el que, como cantaba Ana Belén, «conviven pasado y presente».

Día D

Tal día como hoy, en 1944, las playas de Normandía fueron escenario de la mayor operación naval de la historia, lo que supondría el inicio de la liberación de la Europa ocupada por los nazis.

No es difícil imaginar a Bernard Montgomery explicando a Winston Churchill, en esta pequeña sala de las Churchill War Rooms, que aquello que veían imposible en octubre de 1943, podía ser una realidad en junio de 1944.

O trazando las rutas sobre los mapas, para los más 160.000 soldados que cruzaron el Canal de la Mancha, hacia un futuro incierto del que no sabían si volverían.

Han pasado 75 años desde aquel día. 75 años desde que se liberó al mundo de un loco y sus delirios de poder. 75 años, que parecen pocos para dar las gracias a los que allí estuvieron dando su vida para que hoy podamos ser más libres.

Gracias a los que sobrevivieron,

Foto tomada durante la celebración del Remembrance Day en Bermondsey, Londres

Gracias a los que cayeron,

Foto tomada durante la celebración del Remembrance Day en Londres

Aunque un simple «gracias» sea demasiado poco frente a su esfuerzo y generosidad, no se me ocurre ninguna otra forma de mostrar mi respeto, mi admiración y mi agradecimiento a todas y cada una de las personas que aquel día se atrevieron a soñar que otro mundo era posible.

Volar

Aire y fuego. Fuego y aire. Enemigos y aliados. Elementos que nos hacen sentir pequeños cuando los enfrentamos y poderosos cuando los controlamos.

Y tratamos de encerrarlos, de retenerlos, de apoderarnos de ellos, aunque en el fondo sepamos que siempre serán libres.

Y nos demuestran que su fortaleza nos supera. Que su alianza es capaz de fascinarnos aún más y que siempre seremos sus siervos, no sus amos.

Y miramos al cielo. Y recordamos a Dédalo, que para huir de su encierro en la isla de Creta, fabricó unas alas para él y para su hijo Ícaro, pues el aire era el único elemento que el rey Minos no controlaba. Y nos gustaría ser él.

Y recordamos la alianza del fuego y el aire. Y la usamos en nuestro favor. Y así, al menos durante un tiempo, nos sentimos libres como el aire y fuertes como el fuego.

Os Teixois

En un mundo cada vez más tecnológico y donde se nos obliga a vivir con prisas, es un privilegio encontrar pequeños lugares donde el tiempo se detuvo hace mucho tiempo, y que nos devuelven la tranquilidad que no siempre apreciamos que nos falta.

Uno de esos lugares es el Conjunto Etnográfico «Os Teixois« en Taramundi (Asturias). Una pequeña aldea con edificios de piedra enclavada entre las verdes montañas del occidente asturiano.

El agua es el protagonista de todo el complejo. Un agua tan cristalina como helada, que baja de la montaña y que permite que funcionen los diversos ingenios que hacen único este complejo, como el batán,

el molino,

o la fragua, donde agua y fuego se unen rompiendo el mito, porque, al igual que son dos elementos contrapuestos, también pueden ser aliados cuando es necesario.

Masa

Al fin de la batalla, 
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre 
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Se le acercaron dos y repitiéronle: 
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, 
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Le rodearon millones de individuos, 
con un ruego común: «¡Quédate hermano!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Entonces todos los hombres de la tierra 
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; 
incorporose lentamente,
abrazó al primer hombre; echose a andar…

César Vallejo

Graffitti

Paseas por la ciudad y, a poco que te fijes, descubrirás a esos vecinos silenciosos, que adornan paredes y muros y que, en lugar de ser testigos de nuestros pasos nos transportan a sus mundos.

Nos hacen pensar en quién estará pensando la atractiva mujer con rostro de melancolía. Cuál será la historia que se esconde tras su rostro.

Vemos al cisne y sentimos que bajo su ala protectora estaremos arropados y nada malo podrá pasarnos.

Estiramos la mano para ayudar al joven pescador a atrapar a su pez, antes de que la ola lo engulla para siempre.

Nos conmueve la niña que se aproxima al monstruo con una mirada limpia, sin ver en él algo malo, pese a la desconfianza que parece sentir su amigo el pájaro.

Y, al girar la esquina, está la nave que nos puede trasladar a otros mundos, aún más lejanos y oníricos.

Y también está el niño que lee, probablemente historias de mujeres, de cisnes, de pescadores y peces, de niñas y monstruos, o de naves alienígenas. Historias que le transportan tan lejos como la imaginación le permita.

Y sigues tu paseo dejándoles atrás, pero sabiendo que ya son parte de la ciudad. Son esos vecinos que, sin proponérselo, despiertan tu imaginación y te hacen ver la ciudad de otro modo.

Ocaso

Dice la RAE, en su primera acepción, que el ocaso es la «puesta del sol, o de otro astro, al trasponer el horizonte». Un momento que, si hay suerte y el tiempo lo permite, nos sorprenderá por su llamativo colorido y nos hará desear que ese momento se prolongue para siempre, que no termine.

Todo lo contrario que ocurre con la otra definición que nos dan los académicos, cuando nos dicen que ocaso también es «decadencia, declinación, acabamiento». En ese caso, deseamos que el final llegue pronto, que la agonía no dure demasiado.

Los humanos somos capaces de lidiar con los problemas, con la tristeza, con la fealdad, con la decadencia que nos rodea. Aprendemos desde pequeños a avanzar pese a lo negativo.

Sin embargo, no siempre nos paramos a reflexionar, a pensar antes de seguir avanzando. Por esa razón, cuando tenemos la fortuna de estar en el lugar y momento correctos, lo mejor que podemos hacer es sentarnos a contemplar la belleza que la naturaleza nos regala. Y aprovechar esos momentos de calma para reflexionar sobre qué queremos y cómo queremos conseguirlo.

Si lo hiciéramos, tal vez, y sólo tal vez, el mundo sería un lugar mejor.