En la primavera de 1962 los mineros se levantaron contra un régimen dictatorial para reivindicar sus derechos. La primera “chispa” saltó en el pozo Nicolasa (Mieres), pero pudo haber sido en cualquier otro. Los mineros asturianos dieron el primer paso y les siguieron muchos otros trabajadores a lo largo y ancho de toda España.
Hoy, 50 años después, los mineros vuelven a estar en pie, movilizándose para defender lo que es suyo. Una decisión unilateral y arbitraria de un gobierno prepotente, soberbio e incapaz, que en su afán de recortar cualquier cosa que pueda beneficiar a los trabajadores, ha decidido terminar con las ayudas al carbón de un día para otro y no de manera paulatina como recomendaba la Unión Europea.
Podría parecer paradójico que el mismo Gobierno que baila al son que Europa le impone, se salte a la torera esas recomendaciones, pero en el fondo no lo es. Hay que decidir a quien se da dinero, a veces en cantidades obscenas, y los ganadores siempre son los mismos: bancos, banqueros, empresarios, iglesia. Se recorta en educación, en sanidad, en ayudas a la dependencia, mientras se rescatan bancos y se impide que la Iglesia pague el IBI. ¿Y qué hacemos? Sentarnos en casa y quejarnos en las redes sociales o con los amigos, pero sin hacer mucho ruido, no vaya a ser que nos cansemos.
Me crié en las cuencas mineras. Soy descendiente de mineros y mi infancia también se vio salpicada por las huelgas, por la lucha para defender los derechos, para mi nada de esto es ajeno ni lejano y ver a los mineros hoy en Madrid, plantando cara y dejando muy claro que no se van a dejar pisar me llenó de orgullo, me confirmó que mi gente sigue teniendo la dignidad que falta a la mayoría, que se quejan desde sus vidas pequeñoburguesas. Pero los mineros no, si hay que plantar cara, se planta. No importan las consecuencias. Hace 50 años muchos acabaron en la cárcel pero eso no les frenó, igual que hoy no les frenaron las pelotas de goma de los antidisturbios.