Sin duda, una de las cosas que más llama la atención cuando caminas por la magnífica Ciudad de la Luz son sus terrazas. Con sus dos filas de mesas perfectamente ordenadas, con todas las sillas mirando al frente, como si nadie quisiera perderse todo lo que ocurre en la ciudad, aunque en realidad, a nadie le preocupa lo que haga o diga el de al lado.
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El otoño en todo su esplendor que, aunque no sea tan vistoso o colorido como en la montaña, tiene su encanto.
Y, sobre todo, mires donde mires, siempre está ella, la Torre Eiffel, erguida sobre la ciudad, sus edificios y sus gentes. Testigo de todo lo que ocurre y acontece.
Sus monumentos, sus puentes y sus edificios tendrán su entrada en otro momento.