Cuando caminaba por las calles de Vancouver no podía evitar mirar al cielo y contemplar los cables de los trolebuses.
Me fascinaban los grandes cruces plagados de cables, que se entrecruzaban como telas de araña, y me hacían pensar que, a veces, la vida es como esos cruces de cables.
Lo que debería ser un cielo despejado se llena de cables que se entrecruzan en todas direcciones y dificultan saber hacia donde seguir. Todos parecen llevar a algún sitio, o tal vez a ninguno. Tomar la decisión de seguir un sólo cable es compleja, porque no hay forma de saber qué encontraremos al final del trayecto. Pero los trolebuses siguen avanzando, aunque se equivoquen de cable.
Tomar decisiones, arriesgarse, fracasar y recuperarse, es estar vivo. Que la vida no sea sencilla no la hace menos vida, sino más intensa. En ocasiones, nos «engancharemos» al cable equivocado, pero sólo podremos continuar avanzando, aprendiendo de los errores, cambiando a otro cable, a ver si es el correcto. Y hacerlo con convicción para que al final del trayecto, cuando llegue la hora, podamos decir que algunos cables nos llevaron a donde no queríamos, pero supimos aprender del error, enmendarlo y seguir en el camino correcto.