Hablar de Gijón es hablar del mar, de ese Cantábrico que pasa de la calma a la furia en cuestión de segundos. Ese Cantábrico que te da espacio para caminar junto a él y, al instante, te lo quita, como si fuera el amo y señor de la ciudad y ésta le perteneciese.
Es el mar junto al que se puede pasear, el mar que te relaja mientras lo contemplas, el mar que te da la calma que la vida te exige para poder seguir peleando.
Incluso, cuando la noche empieza a caer sobre la ciudad, y los cielos se vuelven de fuego, ahí está el mar. Quieto, expectante, altivo
No importa la hora, no importa la época del año, el mar siempre esta ahí. Es el amigo que no abandona, pase lo que pase. Es el amante fiel de una ciudad que no puede ni quiere darle la espalda.