Cuando pienso en Cádiz, pienso en luz. Una luz brillante, cálida, que ilumina cada rincón de la ciudad y a su gente.
Una luz que ilumina sus parques, llenándolos de vida, de risas y voces,
y su mar. Ese mar junto al que los pescadores pasan sus tardes, en compañía de sus cañas, esperando ese pez que les de la satisfacción del logro conseguido.
Porque no se puede entender Cádiz, sin la fusión de la luz y el mar. Cuando la luz se va apagando, la playa se va quedando solitaria y es el momento idóneo para hacerla testigo de amores y desamores, de riñas, de nostalgias, de sueños.
Las últimas luces, también indican el final de la jornada. Es el momento de dejar las barcas, de regresar a casa con la familia. Mañana será otro día. El sol brillará de nuevo y, con él, regresará la luz.