Cádiz

Cuando pienso en Cádiz, pienso en luz. Una luz brillante, cálida, que ilumina cada rincón de la ciudad y a su gente.

Una luz que ilumina sus parques, llenándolos de vida, de risas y voces,

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y su mar. Ese mar junto al que los pescadores pasan sus tardes, en compañía de sus cañas, esperando ese pez que les de la satisfacción del logro conseguido.

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Porque no se puede entender Cádiz, sin la fusión de la luz y el mar. Cuando la luz se va apagando, la playa se va quedando solitaria y es el momento idóneo para hacerla testigo de amores y desamores, de riñas, de nostalgias, de sueños.

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Las últimas luces, también indican el final de la jornada. Es el momento de dejar las barcas, de regresar a casa con la familia. Mañana será otro día. El sol brillará de nuevo y, con él, regresará la luz.

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Gijón

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Hablar de Gijón es hablar del mar, de ese Cantábrico que pasa de la calma a la furia en cuestión de segundos. Ese Cantábrico que te da espacio para caminar junto a él y, al instante, te lo quita, como si fuera el amo y señor de la ciudad y ésta le perteneciese.

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Es el mar junto al que se puede pasear, el mar que te relaja mientras lo contemplas, el mar que te da la calma que la vida te exige para poder seguir peleando.

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Incluso, cuando la noche empieza a caer sobre la ciudad, y los cielos se vuelven de fuego, ahí está el mar. Quieto, expectante, altivo

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No importa la hora, no importa la época del año, el mar siempre esta ahí. Es el amigo que no abandona, pase lo que pase. Es el amante fiel de una ciudad que no puede ni quiere darle la espalda.

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El mar se enfada

El pasado mes de febrero, la costa del Cantábrico sufrió un primer temporal que sorprendió por su dureza y los innumerables destrozos provocados.

Cuando apenas se estaban recuperando los afectados, llegó el segundo temporal. La tarde del lunes 5 de marzo, coincidiendo con la pleamar, el mar volvió a salir de su espacio, a inundar las calles y negocios que tiene por vecinos. A recordarnos lo frágiles que somos ante la Naturaleza.

La lluvia y el temporal no impidieron que muchos curiosos se acercaran a presenciar un espectáculo tan aterrador como atrayente. Confieso que yo no fui uno de ellos, aunque sí me acerqué al día siguiente.

El martes el mar seguía enfadado, pero ya no tanto.

140304-184743-MMGAunque a ratos seguía golpeando con fuerza, recordándonos a los curiosos, cuáles son sus dominios:

140304-194823-MMGIncluso sorprendiendo a alguno de ellos:

140304-183604-MMGY, antes de caer la tarde, como despedida, golpeó los diques con fuerza:

140304-202927-MMG-3Después de este segundo día, regresó la calma. Ya sólo quedan las consecuencias, que tardarán mucho en resolverse, y los recuerdos que, ninguno de los que vivimos estos días, podremos borrar.