Cuando uno piensa en el Musée du Louvre cuesta creer que en sus orígenes fuese un castillo medieval, aunque todavía hay una parte visible del viejo castillo. Lógicamente todos tenemos en la mente el magnífico edificio que fue ampliado y embellecido en el Renacimiento y posteriormente y que fue palacio real durante un tiempo, hasta que en Mayo de 1791, en plena revolución francesa, la Asamblea decide convertirlo en el museo que es hoy.
Al acceder al interior del edificio desde la línea de metro, sorprende encontrarse con una galería comercial y un vestíbulo modernos y actuales, bajo una espantosa pirámide de hierro y cristal (desde mi modesto punto de vista):
Por suerte, una vez se cruza el control de entradas, el esplendor del edificio vuelve con toda su fuerza. Salas y salas llenas de obras de arte escultóricas y pictóricas de distintas épocas y procedencias nos trasladan a un viaje en el tiempo.
Pero el arte también lo puedes encontrar en sus techos:
En sus escaleras:
O en sus patios interiores: