Siempre me ha gustado tomar fotos en los cementerios. Hay algo en ellos que me atrae y me inspira, así que en mi viaje a París no podía faltar la visita al cementerio de Père-Lachaise, famoso por contar entre sus «inquilinos» con personajes ilustres como Honoré de Balzac, Frédéric Chopin, Édith Piaf, Marcel Proust o Jim Morrison, por citar solo a unos pocos (poquísimos).
Pero no todo son tumbas con nombre, también hay muchas abandonadas, con vidrieras rotas que recuerdan que allí hay alguien del que ya nadie se acuerda.
Algunos se aseguraron que su mejor amigo siempre esté allí, a su lado, compartiendo el paso del tiempo:
A otros sólo les acompañan las flores que deciden nacer en un lugar donde la muerte es la que manda:
Pero, camines por donde camines, a lo largo de sus más de 44 hectáreas, siempre estarán ellos, los guardianes de Père-Lachaise, recordándote que ése también es su hogar, y que el intruso eres tú:
Y no, por extraño que parezca, tomar fotos en los cementerios (aunque no sean tan famosos) es muy habitual, y en Père-Lachaise lo saben. Por esa razón, dentro de una de las criptas no hay una tumba, sino una enorme cámara de fotos. No es una tumba, sino la capilla de la Memoria Necropolitana, una asociación cultural que se dedica a salvaguardar el patrimonio funerario mediante fotografías: