Debo confesar que antes de llegar a París desconocía la existencia del Château de Vincennes, una maravilla de edificio medieval, construido para ser la residencia oficial de Carlos V, de Francia.
Cuando te sitúas frente a su puerta, antes incluso de cruzar el puente que se eleva sobre el foso, esperas que en cualquier momento aparezcan dos guardias con sus armaduras y sus lanzas impidiendo el paso a los intrusos.
Ese foso, que miras insistente esperando ver agua y cocodrilos, pero en el que hoy sólo hay hierba.
Pero el viaje al pasado no termina ahí. Una vez que atraviesas las puertas y comienzas el ascenso a la muralla te encuentras con las estrechas escaleras de caracol, apenas iluminadas por alguna ventana, al final de la cual, en lo alto de la torre, tampoco hay una princesa en apuros a la que salvar:
En las galerías de la muralla, cubiertas por las vigas de madera, puedes imaginar a los arqueros apostados ante las ventanas, para defender al Château y a sus moradores.
Pero también quedan techos de madera en el interior del edificio principal, que conviven con los techos de piedra de la cámara principal del rey.
Pasear por sus pasillos, asomarse a sus torres o entrar en sus habitaciones fue un inesperado y sorprendente reencuentro con la historia.
Visitar un castillo siempre tiene algo mágico 🙂