Hoy, mi ciudad llora y se vuelve oscura. Esa ciudad a la que llegué siendo adolescente, a la que vi crecer, mientras yo hacía lo propio. Esa ciudad en que el gris industrial y el brillo de la prosperidad y los avances se fusionaban como un todo. Durante muchos años, gracias al trabajo y el esfuerzo de hombres y mujeres, la ciudad se volvió un referente para el turismo, para la cultura e, incluso, para personas que, como en el caso de mi familia, veían en ella un mejor futuro.
Pero un buen día, mi ciudad se empezó a volver gris. Al frente del gobierno municipal, ya no había personas que se preocuparan por mantenerla resplandeciente y la ayudaran a seguir creciendo. Pero todos sabíamos que el mandato de esas personas grises, que volvían gris a la ciudad, tenía una fecha de caducidad. Y llegó el día de elegir quién estaría al frente de la ciudad, los que le habían dado color, o los que la volvieron gris. Y la gente eligió y eligió el color, la alegría. Y la gente decidió que deberían ser tres grupos quienes le dieran color, así que a sus responsables les tocaba ponerse de acuerdo en cómo lo harían.
Fueron pasando los días y, uno de los grupos, el último en entrar en escena, aunque sus integrantes fueran viejos conocidos, empezó a poner excusas: hoy no me va bien, mañana tengo planes, a ver si encuentro un hueco y te llamo, y así, sucesivamente. No hacia falta ser muy listo para darse cuenta de que no estaban muy por la labor, y el pesimismo empezaba a correr entre todos aquéllos que apostábamos porque aquello saliese bien. En medio de todo este proceso, y para buscar la coartada para una decisión que ya estaba tomada, se sacaron un conejo de la chistera en forma de «consulta popular». Una consulta que nadie consideraba sensata, salvo ellos y la gente gris que veía en ella ese clavo ardiendo que necesitaban. Con la coartada en la mano, aceptaron la reunión con los otros dos. Llegaron con la actitud chulesca del que cree tener la sartén por el mango, del,que sabe que solo está allí para hacer el paripé, pero que estaría mejor en otro lado. El desencuentro, en ese ambiente, estaba garantizado, como así fue.
Pero aún quedaba un día, con sus 24 horas para que aquello cambiara. Muchas personas clamaban por un cambio de actuitud, pedían, casi suplicaban, que no se permitiera seguir viviendo en el gris. De nada sirvió.
Los que venían a renovar, a escuchar a la ciudadanía, se taparon los oídos y solo se escucharon a sí mismos y a sus intereses. Le entregaron el gobierno de la ciudad a las personas grises y, a la puerta del Consistorio lo celebraban, felices como ganadores, demostrando que esa era la estrategia desde el principio. Ahora tendrán que dar explicaciones a todas aquellas personas que confiaron en ellos y a las que traicionaron. A las que pidieron el voto con cantos de sirena.
Pero ése es su problema y de quienes les votaron. El problema, para el resto, es asistir impotentes a cuatro años en los que la ciudad, salvo que se produzca un milagro, pasará del gris al negro.