Paseas por la ciudad y, a poco que te fijes, descubrirás a esos vecinos silenciosos, que adornan paredes y muros y que, en lugar de ser testigos de nuestros pasos nos transportan a sus mundos.
Nos hacen pensar en quién estará pensando la atractiva mujer con rostro de melancolía. Cuál será la historia que se esconde tras su rostro.

Vemos al cisne y sentimos que bajo su ala protectora estaremos arropados y nada malo podrá pasarnos.

Estiramos la mano para ayudar al joven pescador a atrapar a su pez, antes de que la ola lo engulla para siempre.

Nos conmueve la niña que se aproxima al monstruo con una mirada limpia, sin ver en él algo malo, pese a la desconfianza que parece sentir su amigo el pájaro.

Y, al girar la esquina, está la nave que nos puede trasladar a otros mundos, aún más lejanos y oníricos.

Y también está el niño que lee, probablemente historias de mujeres, de cisnes, de pescadores y peces, de niñas y monstruos, o de naves alienígenas. Historias que le transportan tan lejos como la imaginación le permita.

Y sigues tu paseo dejándoles atrás, pero sabiendo que ya son parte de la ciudad. Son esos vecinos que, sin proponérselo, despiertan tu imaginación y te hacen ver la ciudad de otro modo.