«¿Qué es lo más importante que te llevarías si, de repente, tuvieras que huir de tu hogar y de tu país?»
Esta pregunta que, muchos ni siquiera nos planteamos, porque vivimos en la comodidad de nuestros hogares, en países sin conflictos, donde nuestras vidas no corren peligro, es la que da origen al trabajo que el fotoperiodista Brian Sokol, utiliza como hilo de los «Retratos de una huida», para ACNUR. Un excelente trabajo que pone nombre a los más desfavorecidos, que los convierte en personas de carne y hueso sacándoles del anonimato del término «refugiado».
A lo largo de su obra nos muestra a personas, hombres, mujeres y niños, que han tenido que dejar atrás su hogar en Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana o Mali.
Entre esos rostros se encuentra Dowla, una joven de 22 años que dejó atrás su hogar en Sudán para salvar su vida y la de sus seis hijos. Consciente de que el camino era largo, lo que se llevó consigo fue un palo del que colgaban dos cestas, una en cada extremo, que le servían para llevar a los niños cuando se cansaban.
O, el tuareg Omar Ag Chakude, que huyó con su familia de Mali llevando su vieja tienda tuareg, hecha con pieles de animal. Una posesión que simbolizaba el vínculo con sus ancestros. Y ¿por qué esa tienda? Porque como él explica: «No podía soportar dejarla. Me hubiera sentido como si dejara toda mi vida atrás». Como si abandonar tu país, aunque sea con toda tu familia, no sea dejar tu vida atrás.
Tan atrás que hay quien sabe que nunca regresará a su país, como le ocurre al maliense Homaia Ag Bara, que a sus 60 años tiene claro que «Cuando todo el mundo regrese, yo me quedaré aquí en Burkina Faso. Estoy demasiado asustado como para volver, como para enfrentarme a los terribles recuerdos».
Hay decenas de historias, de rostros, de vidas truncadas por la guerra y la barbarie, pero entre ellas hay algunas que me conmovieron especialmente. Como la de Alia, una joven de 24 años, ciega y en silla de ruedas que padeció los bombardeos y ataques a su país con el miedo a que su familia «se marchara y me dejaran atrás». Afortunadamente, no lo hicieron.
Y, para terminar, quiero resaltar la historia de Fideline, una adolescente de la República Centroafricana, de 13 años. Cuando su familia tomó la decisión de abandonar su casa, tan sólo se llevó sus cuadernos y su bolígrafo. Atrás quedaron su cartera, sus zapatos o sus cintas de colores para el pelo. Ella se aferró a esos cuadernos y a ese bolígrafo porque «quiero estudiar para ser alguien en la vida. Quiero estudiar».
Fideline tiene derecho a estudiar, a ser alguien y todos ellos tienen derecho a recuperar sus vidas, y para ello es importante que todos nosotros, los que estamos en la comodidad de nuestros hogares, colaboremos exigiendo a nuestros gobiernos y a la comunidad internacional que deje de mirar hacia otro lado y, en menor medida, aunque igual de importante, colaborando con ACNUR, con las donaciones que cada quien pueda o quiera.