Atardecer

Hay un momento, justo cuando el sol empieza a esconderse y aparece la noche, en que caminar por la playa se vuelve mágico. Apenas hay nadie, salvo uno mismo y sus pensamientos. Ese momento en que puedes escuchar tus pensamientos y discutir con ellos cuando se empeñan en contradecir lo que dice el corazón.

¿Hay un momento con más poesía que esa hora en que el cielo se vuelve rojizo?

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The most important thing

«¿Qué es lo más importante que te llevarías si, de repente, tuvieras que huir de tu hogar y de tu país?»

Esta pregunta que, muchos ni siquiera nos planteamos, porque vivimos en la comodidad de nuestros hogares, en países sin conflictos, donde nuestras vidas no corren peligro, es la que da origen al trabajo que el fotoperiodista Brian Sokol, utiliza como hilo de los «Retratos de una huida», para ACNUR. Un excelente trabajo que pone nombre a los más desfavorecidos, que los convierte en personas de carne y hueso sacándoles del anonimato del término  «refugiado». 

A lo largo de su obra nos muestra a personas, hombres, mujeres y niños, que han tenido que dejar atrás su hogar en Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana o Mali. 

Entre esos rostros se encuentra Dowla, una joven de 22 años que dejó atrás su hogar en Sudán para salvar su vida y la de sus seis hijos. Consciente de que el camino era largo, lo que se llevó consigo fue un palo del que colgaban dos cestas, una en cada extremo, que le servían para llevar a los niños cuando se cansaban.

O, el tuareg Omar Ag Chakude, que huyó con su familia de Mali llevando su vieja tienda tuareg, hecha con pieles de animal. Una posesión que simbolizaba el vínculo con sus ancestros. Y ¿por qué esa tienda? Porque como él explica: «No podía soportar dejarla. Me hubiera sentido como si dejara toda mi vida atrás». Como si abandonar tu país, aunque sea con toda tu familia, no sea dejar tu vida atrás. 

Tan atrás que hay quien sabe que nunca regresará a su país, como le ocurre al maliense Homaia Ag Bara, que a sus 60 años tiene claro que «Cuando todo el mundo regrese, yo me quedaré aquí en Burkina Faso. Estoy demasiado asustado como para volver, como para enfrentarme a los terribles recuerdos».

Hay decenas de historias, de rostros, de vidas truncadas por la guerra y la barbarie, pero entre ellas hay algunas que me conmovieron especialmente. Como la de Alia, una joven de 24 años, ciega y en silla de ruedas que padeció los bombardeos y ataques a su país con el miedo a que su familia «se marchara y me dejaran atrás». Afortunadamente, no lo hicieron.

Y, para terminar, quiero resaltar la historia de Fideline, una adolescente de la República Centroafricana, de 13 años. Cuando su familia tomó la decisión de abandonar su casa, tan sólo se llevó sus cuadernos y su bolígrafo. Atrás quedaron su cartera, sus zapatos o sus cintas de colores para el pelo. Ella se aferró a esos cuadernos y a ese bolígrafo porque «quiero estudiar para ser alguien en la vida. Quiero estudiar». 

Fideline tiene derecho a estudiar, a ser alguien y todos ellos tienen derecho a recuperar sus vidas, y para ello es importante que  todos nosotros, los que estamos en la comodidad de nuestros hogares, colaboremos exigiendo a nuestros gobiernos y a la comunidad internacional que deje de mirar hacia otro lado y, en menor medida, aunque igual de importante, colaborando con ACNUR, con las donaciones que cada quien pueda o quiera.

La mina

Para los que nacimos en las cuencas mineras y, especialmente, para los que venimos de familia minera, la mina y los mineros nos merecen todo el respeto. Conocemos bien la vida de esos trabajadores que cada día emprenden el camino a sus puestos de trabajo, dejando atrás sus casas, sus familias, sus vidas, con la incertidumbre de si volverán a verlas o no.

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Una vez dentro, lejos de la luz del sol, a varios cientos de metros bajo tierra, las cosas tienen otro color. El color que les dan las pequeñas linternas que llevan adheridas al casco. Ese tandem, casco-linterna, que se convierte en su mejor aliado ante una oscuridad que les acompañará durante las duras horas de trabajo.

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No importa que afuera siga luciendo el sol, allí abajo sólo hay oscuridad, aire denso y humedad. También la solidaridad, la conversación y la risa de los compañeros. Todos son conscientes de que su suerte será la misma si la desgracia llega.

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Y mientras muchos están allí abajo, algunos más están afuera vigilando las máquinas,

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trabajando en la fragua,

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en la carpintería,

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o en el botiquín (dispensario médico). Ese lugar que, con suerte, seguirá vacío. Señal de que la jornada transcurrió con normalidad y sin accidentes.

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Terminada la jornada, comienzan a avanzar por las galerías, camino de la jaula, ese ascensor que les conducirá a la superficie. Se agolpan ante su puerta esperando que suene el reloj y la campana que indica que ya es hora de subir, de regresar junto a sus madres, junto a sus esposas, junto a sus hijos.

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Una vez en la superficie, el sol les golpea el rostro. Les hace sentir que siguen vivos, que volverán a sentir el abrazo de esa madre, la caricia de esa esposa, el beso de ese niño. Volverán a disfrutar de la tertulia en el bar del pueblo, de las risas con los amigos, del calor del hogar. Son conscientes de su suerte, aunque no lo mencionen. Pero también saben que al día siguiente el ciclo volverá a empezar. Un ciclo de una vida dura, muy dura, pero que les hace ser quienes son. Es su vida y por esa razón, lucharán para que dure, porque de esa vida depende su futuro y el de sus familias.

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(Fotos tomadas en el Ecomuseo minero del Valle de Samuño – Langreo)

Castillo de Butrón

Este castillo medieval, aunque renovado en el s. XIX, sigue conservando el encanto que nos transporta a mundos de caballeros y damiselas en apuros, de justas y armaduras, de pendones y fanfarrias, de lacayos y bufones.

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El entorno y la vegetación que lo rodean, lo convierten en un lugar con una magia especial. Por momentos, esperas escuchar los cascos de los caballos acercándose o los cantos de algún juglar trotamundos.

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 Cuántas historias encerrarán sus muros de piedra, cuántos secretos, cuántas traiciones.

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El mar se enfada

El pasado mes de febrero, la costa del Cantábrico sufrió un primer temporal que sorprendió por su dureza y los innumerables destrozos provocados.

Cuando apenas se estaban recuperando los afectados, llegó el segundo temporal. La tarde del lunes 5 de marzo, coincidiendo con la pleamar, el mar volvió a salir de su espacio, a inundar las calles y negocios que tiene por vecinos. A recordarnos lo frágiles que somos ante la Naturaleza.

La lluvia y el temporal no impidieron que muchos curiosos se acercaran a presenciar un espectáculo tan aterrador como atrayente. Confieso que yo no fui uno de ellos, aunque sí me acerqué al día siguiente.

El martes el mar seguía enfadado, pero ya no tanto.

140304-184743-MMGAunque a ratos seguía golpeando con fuerza, recordándonos a los curiosos, cuáles son sus dominios:

140304-194823-MMGIncluso sorprendiendo a alguno de ellos:

140304-183604-MMGY, antes de caer la tarde, como despedida, golpeó los diques con fuerza:

140304-202927-MMG-3Después de este segundo día, regresó la calma. Ya sólo quedan las consecuencias, que tardarán mucho en resolverse, y los recuerdos que, ninguno de los que vivimos estos días, podremos borrar.

Château de Vincennes

Debo confesar que antes de llegar a París desconocía la existencia del Château de Vincennes, una maravilla de edificio medieval, construido para ser la residencia oficial de Carlos V, de Francia.

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Cuando te sitúas frente a su puerta, antes incluso de cruzar el puente que se eleva sobre el foso, esperas que en cualquier momento aparezcan dos guardias con sus armaduras y sus lanzas impidiendo el paso a los intrusos.

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Ese foso, que miras insistente esperando ver agua y cocodrilos, pero en el que hoy sólo hay hierba.

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Pero el viaje al pasado no termina ahí. Una vez que atraviesas las puertas y comienzas el ascenso a la muralla te encuentras con las estrechas escaleras de caracol, apenas iluminadas por alguna ventana, al final de la cual, en lo alto de la torre, tampoco hay una princesa en apuros a la que salvar:

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En las galerías de la muralla, cubiertas por las vigas de madera, puedes imaginar a los arqueros apostados ante las ventanas, para defender al Château y a sus moradores.

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Pero también quedan techos de madera en el interior del edificio principal, que conviven con los techos de piedra de la cámara principal del rey.

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131028-115655-MMGPasear por sus pasillos, asomarse a sus torres o entrar en sus habitaciones fue un inesperado y sorprendente reencuentro con la historia.

Père-Lachaise

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Siempre me ha gustado tomar fotos en los cementerios. Hay algo en ellos que me atrae y me inspira, así que en mi viaje a París no podía faltar la visita al cementerio de Père-Lachaisefamoso por contar entre sus «inquilinos» con personajes ilustres como Honoré de Balzac, Frédéric Chopin, Édith Piaf, Marcel Proust o Jim Morrison, por citar solo a unos pocos (poquísimos).

Pero no todo son tumbas con nombre, también hay muchas abandonadas, con vidrieras rotas que recuerdan que allí hay alguien del que ya nadie se acuerda.

ImageAlgunos se aseguraron que su mejor amigo siempre esté allí, a su lado, compartiendo el paso del tiempo:

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A otros sólo les acompañan las flores que deciden nacer en un lugar donde la muerte es la que manda:

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Pero, camines por donde camines, a lo largo de sus más de 44 hectáreas, siempre estarán ellos, los guardianes de Père-Lachaise, recordándote que ése también es su hogar, y que el intruso eres tú:

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Y no, por extraño que parezca, tomar fotos en los cementerios (aunque no sean tan famosos) es muy habitual, y en Père-Lachaise lo saben. Por esa razón, dentro de una de las criptas no hay una tumba, sino una enorme cámara de fotos. No es una tumba, sino la capilla de la Memoria Necropolitana, una asociación cultural que se dedica a salvaguardar el patrimonio funerario mediante fotografías:

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Museo del Louvre

Cuando uno piensa en el Musée du Louvre cuesta creer que en sus orígenes fuese un castillo medieval, aunque todavía hay una parte visible del viejo castillo. Lógicamente todos tenemos en la mente el magnífico edificio que fue ampliado y embellecido en el Renacimiento y posteriormente y que fue palacio real durante un tiempo, hasta que en Mayo de 1791, en plena revolución francesa, la Asamblea decide convertirlo en el museo que es hoy.

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Al acceder al interior del edificio desde la línea de metro, sorprende encontrarse con una galería comercial y un vestíbulo modernos y actuales, bajo una espantosa pirámide de hierro y cristal (desde mi modesto punto de vista):

131026-114454-MMGPor suerte, una vez se cruza el control de entradas, el esplendor del edificio vuelve con toda su fuerza. Salas y salas llenas de obras de arte escultóricas y pictóricas de distintas épocas y procedencias nos trasladan a un viaje en el tiempo.

Pero el arte también lo puedes encontrar en sus techos:

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En sus escaleras:

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O en sus patios interiores:

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Notre Dame

Llegamos a la Île de la Cité una soleada mañana de otoño y allí nos esperaba la catedral de Notre Dame

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Entrar en esta joya del Gótico es un viaje a la Edad Media, especialmente si la visita coincide con la misa del domingo y el coro está cantando cuando atraviesas la gran puerta de madera que te separa del exterior.

La zona central está cerrada al público para que los muchos turistas no interrumpan la eucaristía que sacerdote y fieles celebran sin inmutarse, como si estuvieran en cualquier pequeña iglesia de pueblo y no en la gran catedral parisina. Ver sus vidrieras, sus lámparas con bombillas en forma de vela, el rosetón tapado por el gran órgano cuyo sonido se te mete en las entrañas, mientras paseas por los laterales y recorres la girola en el más absoluto silencio. No importa cuántos turistas haya dentro, sus voces apenas son audibles.

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Pero Notre Dame no es sólo su interior. También hay que subir a las torres, aunque Quasimodo no esté o se esconda de los curiosos. Desde lo alto, todos miramos a la calle quizás, como él, buscando ver llegar a Esmeralda.

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Sólo las gárgolas que vigilan la ciudad desde lo alto nos hacen compañía. Allí, junto a ellas, no se ven tan amenazantes ni horribles. Es más, no se puede dejar de tener cierto sentimiento de envidia por no poder disfrutar de esas vistas más que un ratito.

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La Torre Eiffel

Cuando uno piensa en París, automáticamente le viene a la cabeza la Torre Eiffel. Y cuando uno está allí, mire donde mire la verá asomar por encima de los edificios, por entre los árboles o al otro lado del río Sena.

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Fue diseñada por Gustave Eiffel y su construcción duró poco más de dos años y en ella trabajaron 250 obreros. De hecho, su creador sigue allí, al pie de su obra contemplando como miles de personas pasan por ella cada día.

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Inicialmente fue objeto de controversia: los artistas del momento la consideraron monstruosa y, dada su baja rentabilidad al terminar la exposición, se planteó la posibilidad de derruirla en diferentes ocasiones. Afortunadamente nunca lo hicieron, y a principios del siglo XX, con la llegada de las guerras mundiales, las autoridades encontraron su utilidad como antena de radiodifusión y con ella captaron mensajes que ayudaron a los aliados de forma decisiva.

Pero si desde lejos impresiona, cuando uno se sitúa debajo de ella impone.

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y subiendo hasta el segundo piso (también se puede subir a la cima) las vistas de la ciudad te dejan sin palabras.ImageImageImageImage